martes, 19 de septiembre de 2017

La última tormenta del verano

Mi tristeza es una catarata arrasadora y desbordante
pero en soledad,
la tuya un estanque en calma,
mi dolor está plagado de demonios y preguntas,
el tuyo es un silencio que nunca acaba,
mi rabia se escucha en todo el barrio,
la tuya se encierra en dos metros cuadrados,
mi amor por ti es una montaña rusa,
el tuyo una línea recta.

Y me pregunto,
¿seremos capaces de construir ese punto medio
que suavice mis tormentas
y rompa tus rutinas?

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No me leerás penando de desamor
ni de corazones rotos,
resecos u oxidados;
por el contrario,
mi corazón lo que está es cansado
de latir por los demás,
del exceso de preocupaciones,
del derroche de reproches
exagerados y mal encajados,
de sobredosis de crisis ajenas,
de ausencia de palpitares egoístas,
de taquicardias inoportunas,
de dudas venenosas,
agotado de dejarse el vuelo
ante abrazos de espantapájaros,
de crear problemas en silencio,
de gritos inaudibles,
de no tener nunca el valor
de hacerse el protagonista,
de hospedar tantos
y tan complejos sentimientos,
del sístole cojo
y el diástole desbocado,
de bombear a todo gas
en estallidos sordos,
de funcionar por inercia,
de venas indescifrables,
de torrentes inexplicables,
extenuado de saberse necesario
sin entender cómo funcionan
sus propios mecanismos,
aburrido de sí mismo,
de saber arreglar todos los desastres
menos el suyo.


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Me golpea el pasado
como una premonición malvada
como un siniestro aviso
"sabías que volvería".
"¿pensabas que duraría para siempre?",
se ríe de mi optimismo ingenuo;
no comprendo el presente,
no encuentro el por qué
de este naufragio,
"¿de qué te quejas?",
yo no me quejo,
sólo me desparramo
sin explicación lógica o consciente;
me asusta el futuro,
solo puedo ver una mancha negra
en la que por no estar,
ni estoy yo.

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De tanto atender a los demás
me olvidé la lección más importante:
falté a la clase donde se explicaba
cómo cuidarme a mí misma.


lunes, 4 de septiembre de 2017

El arma más poderosa

Podrías haberte dejado llevar por la rabia,
llenar tu boca de demonios,
enrojecer tus palabras,
atragantarte entre reproches y repudios;
pero escogiste el silencio.

Podrías haber usado la diplomacia,
adornar tu discurso de formalismos,
camuflar los sentimientos con educación,
ser lo más políticamente correcto;
pero escogiste el silencio.

Podrías haber fingido que no te importaba,
rellenar con risas condescendientes,
mirarme por encima del hombro,
despreocuparte de mis palabras;
pero escogiste el silencio.

Podrías, por una vez, haberte dejado llevar,
abrirte en canal usándome como ejemplo,
desnudar tus labios de mentiras,
jugar a ser un humano vulnerable;
pero escogiste el silencio.

Podrías haber usado tantos vocablos,
tantas letras del diccionario.
Pero no.
Tú elegiste lo que más me duele.
Decidiste usar la más hiriente de las indiferencias como arma.
De entre todas las posibles municiones,
me disparaste con aquella que sabías
que yo nunca te devolvería:
tú escogiste el silencio.