La resignación del destierro, del recuerdo, del silencio.
Con quererse no es suficiente.
La resignación como una ética, como un modo de asimilación de lo inasumible, de aceptar lo dolorosamente inentendible.
Otra vez será.
La resignación como una costumbre, la resignación como un compañero fiel y cenizo.
No es nuestro momento. Me has conocido en una época extraña de mi vida.
La resignación como una larga espera, como una contemplación pasiva de los segundos, estática, expectante.
De nada sirve llorar.
La resignación como una coraza, como una armadura ante la cual las heridas son sólo superficiales, los disparos se notan pero no hacen mella, no atraviesan. Resignación como protección.
Nadie es imprescindible.
La resignación como una cómplice de la soledad, camuflada en autosuficiencia, pero repleta de un vacío espeso.
Me empapo día a día, no dejo que nada me afecte. La desilusión no llega a materializarse ni en mueca ni en sal, antes de que se solidifique aparece la resignación que lo diluye todo. Se evapora. Mi máscara, mi salvación, me sumerjo bajo su manto oscuro.
Pero con mucho, mucho cuidado, de que ese traje de resignación no de adhiera a mi piel y no pase de disfraz a uniforme.
Resignación como vía de escape, como un modo de supervivencia.