martes, 19 de septiembre de 2017

La última tormenta del verano

Mi tristeza es una catarata arrasadora y desbordante
pero en soledad,
la tuya un estanque en calma,
mi dolor está plagado de demonios y preguntas,
el tuyo es un silencio que nunca acaba,
mi rabia se escucha en todo el barrio,
la tuya se encierra en dos metros cuadrados,
mi amor por ti es una montaña rusa,
el tuyo una línea recta.

Y me pregunto,
¿seremos capaces de construir ese punto medio
que suavice mis tormentas
y rompa tus rutinas?

*****

No me leerás penando de desamor
ni de corazones rotos,
resecos u oxidados;
por el contrario,
mi corazón lo que está es cansado
de latir por los demás,
del exceso de preocupaciones,
del derroche de reproches
exagerados y mal encajados,
de sobredosis de crisis ajenas,
de ausencia de palpitares egoístas,
de taquicardias inoportunas,
de dudas venenosas,
agotado de dejarse el vuelo
ante abrazos de espantapájaros,
de crear problemas en silencio,
de gritos inaudibles,
de no tener nunca el valor
de hacerse el protagonista,
de hospedar tantos
y tan complejos sentimientos,
del sístole cojo
y el diástole desbocado,
de bombear a todo gas
en estallidos sordos,
de funcionar por inercia,
de venas indescifrables,
de torrentes inexplicables,
extenuado de saberse necesario
sin entender cómo funcionan
sus propios mecanismos,
aburrido de sí mismo,
de saber arreglar todos los desastres
menos el suyo.


******

Me golpea el pasado
como una premonición malvada
como un siniestro aviso
"sabías que volvería".
"¿pensabas que duraría para siempre?",
se ríe de mi optimismo ingenuo;
no comprendo el presente,
no encuentro el por qué
de este naufragio,
"¿de qué te quejas?",
yo no me quejo,
sólo me desparramo
sin explicación lógica o consciente;
me asusta el futuro,
solo puedo ver una mancha negra
en la que por no estar,
ni estoy yo.

********

De tanto atender a los demás
me olvidé la lección más importante:
falté a la clase donde se explicaba
cómo cuidarme a mí misma.


lunes, 4 de septiembre de 2017

El arma más poderosa

Podrías haberte dejado llevar por la rabia,
llenar tu boca de demonios,
enrojecer tus palabras,
atragantarte entre reproches y repudios;
pero escogiste el silencio.

Podrías haber usado la diplomacia,
adornar tu discurso de formalismos,
camuflar los sentimientos con educación,
ser lo más políticamente correcto;
pero escogiste el silencio.

Podrías haber fingido que no te importaba,
rellenar con risas condescendientes,
mirarme por encima del hombro,
despreocuparte de mis palabras;
pero escogiste el silencio.

Podrías, por una vez, haberte dejado llevar,
abrirte en canal usándome como ejemplo,
desnudar tus labios de mentiras,
jugar a ser un humano vulnerable;
pero escogiste el silencio.

Podrías haber usado tantos vocablos,
tantas letras del diccionario.
Pero no.
Tú elegiste lo que más me duele.
Decidiste usar la más hiriente de las indiferencias como arma.
De entre todas las posibles municiones,
me disparaste con aquella que sabías
que yo nunca te devolvería:
tú escogiste el silencio.

domingo, 20 de agosto de 2017

Mi cuerpo

Mi vientre no es un recipiente
de nudos o mariposas borrachas,
es mi barriga una fábrica de cosquillas,
una cama donde mis carcajadas
se expanden a sus anchas.

Mi boca no es un nido de reproches,
ni de quejas o penas pegajosas,
son mis labios dos toboganes ascendentes
que casi siempre encuentran motivos
para colonizar mis mejillas.

Mis ojos no son precipicios
con oscuros recovecos donde perderse,
son dos arcoiris indecisos,
a veces rojos de tristeza censurada,
a veces violetas como tormentas de verano,
a veces azules como océanos serenos,
a veces transparentes de tanto limpiarse.

Mis manos no son anclas
donde agarrarse con firmeza,
son mis dedos diez rabos de lagartija
inquietos y resbaladizos,
cuerdas húmedas y suaves
que solo se dejarán entrelazar
en la preciosa comodidad de la confianza.

Mi cuerpo no es un mapa del tesoro,
apenas esconde secretos o riquezas.
Es mi piel un libro donde leer en braille
cicatrices pasadas,
verdades calladas,
confesiones guardadas,
terremotos y vaivenes,
aterrizajes y despegues,
secuestros y rehenes.

Mi cuerpo es un puzzle inacabado
cuya última pieza
solo yo puedo encontrar.




lunes, 29 de mayo de 2017

La casa que encoge

La casa se nos está quedando pequeña:
cada vez hay más trastos
(mediocre forma de llamar a los recuerdos),
en cada paso que damos
vamos acumulando zapatos
de diferente número y pisada
pero de similar suela desgastada,
al saltar los dos al unísono,
aunque no sean idénticos nuestros tropiezos
(son nuestras caídas no simultáneas
las que nos permiten tender al otro la mano
y ayudarle a levantarse
y mimar los rasguños con esmero).

Tú, acumulas botellas de cervezas vacías
bebidas al calor de las risas cómplices,
regaladas por manos amigas
que tan bien te conocen
(y, por tanto, tan bien te adoran).
Yo, acumulo libros como ladrillos
que me hacen de sostén y empuje
cubriendo las paredes antaño blancas
que son ahora mosaicos de colores
donde reposan nuestras esperanzas.

Ambos recolectamos entradas de conciertos,
pegatinas, tickets y recortes,
fotografías coloreadas
por la belleza de la pura alegría,
trozos de la intensidad del momento,
accesos directos en nuestro escritorio
a carcajadas pretéritas y acompasadas,
sabiendo que todos esos pedazos
cada vez estarán más acompañados,
y formarán un ejército que nos proteja,
que el futuro y su incertidumbre
no asustan ni una milésima
al saber que lo que viene
es todo lo que queramos acoger
con nuestros cuatro brazos eternos
y entrelazados.


Es por eso que
la casa se nos está quedando pequeña:
cada vez es más hogar,
cada vez somos más grandes,

cada vez somos más nosotros.

martes, 28 de marzo de 2017

Emocional Inteligencia

Hay quien entra en guerra
con quien se atreva a tiritarle las piernas,
quien corre hasta que al sudor le salen agujetas,
quien expone su cuerpo desnudo y vulnerable
hasta que nada por doler le queda,
incluso hay quien utiliza la risa como trinchera.
Cada uno domestica como puede
sus salvajes miedos (i)rracionales.

Algunos imponen la ley seca en sus pestañas,
otros se derraman en camas extrañas,
a unos cuantos se les enquistan las bisagras
y se olvidan del arte de la remontada,
otros tantos deciden ahogarse en la nada
hasta que al fin encuentran su tabla.
Cada uno navega como mejor sabe
a tientas, en sus tormentas de tristeza.

Hay quien aúlla en una soledad escogida,
hay quien traga y el nudo le tapona la salida,
incluso hay quien prefiere salpicar
hasta que alguien sus auxilios descifra,
hay quien ametralla palabras para evitar
golpear la mano que intenta ser amiga.
Cada uno es experto en cómo acariciar
la fuerte fiereza de su rabia.

Algunos los atesoran como si fueran secretos
otros sudan incontrolables bailoteos,
unos escogen como autopista el cielo
hasta que se les encapota el cabello,
y otros tantos se convierten en mensajeros
contagiando al mundo con sus excesos.
Cada uno dosifica como debe
sus intensos instantes alegres.

Yo dialogo con mis temores hasta que se aburren,
desparramo mi pena hasta que se escurre
aíslo mi ira para que a nadie arañe,
me cubro de carcajadas para calentarme.

¿Qué haces tú?



lunes, 5 de septiembre de 2016

Vacaciones

El verano se despide.
Y yo necesito unas vacaciones.
Unas vacaciones de mí misma.
Necesito unas vacaciones de ser yo.

No sabría decir cuál fue el momento exacto
en el que salí del epicentro de todas las tormentas.
¿En qué instante me coloqué al otro lado,
donde se tiende la mano en vez de pedirla?
No recuerdo cuándo fue la última vez que pedí socorro.
¿Desde cuando no me rompo,
y, sobre todo,
desde cuándo no me dejo recomponer
(si es que alguna vez lo hice)?

Toda esa colección de tristezas,
demonios,
terrores
y heridas ajenas
en vez de insensibilizarme o endurecerme
para protegerme de su erosión,
me pesan.
Me agotan.
Me pesan en la espalda todas esas lágrimas
de las que soy testigo y toalla,
se me enquista cada grito de auxilio,
cada sonrisa que no soy capaz de resucitar,
cada demanda,
cada nudo sin deshacer,
cada responsabilidad,
cada esperanza puesta en mi persona,
cada expectativa con destino incerto,
cada amanecer violado por la niebla.
Me pesa de tal manera,
que observo asustada como,
de tanto en tanto,
se me cojea el caminar.

Me doy cuenta y entiendo,
es lógico querer tener cerca a aquellos
que dan más soluciones que problemas.
Pero quisiera sentirme necesaria también
cuando no haya nada roto,
en la frescura calma de los cielos despejados,
y no solo en las tormentas de verano.

Soy consciente de que no tengo derecho a quejarme.
Al fin y al cabo, yo elijo estar ahí,
cada día en cada elección me coloco donde estoy.
Es por eso que solo pido un descanso,
unas vacaciones de mí,
ser, durante un tiempo, lo que no soy.
Aunque me abruman las atenciones excesivas,
no soporto sentirme vulnerable
y odio dar pena,
en este juego de disfrazarme de otra persona,
quisiera ser por un breve periodo de tiempo caprichosamente egoísta,
dejarme cuidar en la calidez de un abrazo,
ser el centro del mundo de unos ojos durante un instante,
que me abriguen con palabras de aliento,
poder priorizarme sin culpabilidades martilleantes.

Bien sé que esta tregua no es permanente,
es tan sólo un lapsus para recargarme,
enderezar los pasos que están torcidos,
desprender las contracturas,
vacíar
y hacer acopio de todas mis fuerzas
mis sonrisas más brillantes,
y mis palabras más cálidas
para seguir regando con mi tiempo
a todo aquel que quiera susurrar mi nombre.






martes, 7 de junio de 2016

27

Antes,
la gente me consideraba
una muchacha alegre,
despreocupada,
yo sonreía triste
y pensaba
¡ja! el disfraz funciona.

Disparaba carcajadas
para ahuyentar fantasmas,
me atrincheraba
tras mis bailes de niña,
mi espontaneidad
me protegía
y a muy pocos dejaba ver
las guerras que libraba.
Y aunque tuviera
unos cuantos aliados
en la batalla,
no pedía refuerzos,
¿quién me apoyaría
en una lucha armada
contra mi propia mirada?
Lloraba,
a solas,
para evaporar los demonios
a base de sal y aburrimiento,
y reía,
en compañía,
para protegerme de la compasión
y de la frustración,
porque sólo yo podía ayudarme:
sólo yo
podía vencerme.

Y así,
pasaron los años
y a fuerza de treguas,
de ganancias y pérdidas,
el disfraz se convirtió
en mi vestido preferido,
y dejé de usar mi risa como escudo
y empecé a usarla como abanico,
para llenar de aire fresco
no solo mi alrededor
sino también mi propio rostro
lleno de cicatrices que sanar.

No sé si el cielo
me escupió en el pelo,
o fueron mis ojos
que empezaron a inundarlo todo,
lo cierto es que ahora
me invade una felicidad
tan sana,
tan extensa,
tan calma,
tan azul
como el cielo,
como el mar,
como mi mirar,
que me sigue trayendo tormentas
pero fáciles de domesticar.

Ahora,
es fácil ser
lo que todos creen que soy:
esa muchacha alegre,
entusiasta,
que rezuma energía;
ahora,
en vez  de llorar
por costumbre
lo hago por higiene,
ahora,
en vez de reír
por precaución
lo hago por incontinencia,
estas carcajadas
no son mis balas,
estas carcajadas
son mi respiración.



jueves, 7 de enero de 2016

2015

Sería genial hacer un bonito collage con todos los momentos amables de este año, colgarlo en las paredes de mis recuerdos, y recrearme en sus colores brillantes.

Sí, este fue el año en el que encontré mi primer trabajo para el que me he esforzado durante años, en el que me gano la vida, ayudando, haciendo lo que más me llena.
También fue el año en el que conseguí uno de mis mayores objetivos vitales: no depender de nada ni de nadie.
El año en el que grabé mi piel con los que más quiero, en el que vino una tormenta de verano y me arrancó la melena.
El año en el que construimos un nuevo hogar, solo nuestro, nos abrigamos con nuestra complicidad en el invierno, y despedazamos con nuestra unión las olas en verano. En el año en el que no tuve que aprender a convivir contigo porque es tan fácil que creo que he sabido hacerlo desde siempre.
El año en el que los de siempre siguieron ahí, cada uno a su manera.
El año en el que he apagado antiguos y largos incendios, en el que he perdido unos cuantos miedos y normalizado algunos demonios.
Probablemente el año en el que más paz haya sentido en toda mi vida.

Y no me olvido de todos estos trozos de piedras preciosas. Pero solo con ellos, el collage sería hermoso, pero incompleto.

No puedo olvidar que este ha sido el año en el que la palabra cáncer se ha hecho tan habitual en mi rutina que si lo piensas da escalofríos. El año en el que la rabia y la impotencia nos han inundado, pero también la unión más pura, las ganas de vivir más feroces, el optimismo más infatigable. En el que he tenido que ver a unos críos hacerse mayores por la fuerza de las circunstancias, y a mis cuatro padres ser mas pilares y magníficos que nunca.
El año en el que tuve que meterme a empujones en la cabeza que nunca volvería a abrazar a mi abuela en este mundo, sólo en el de los sueños.
El año en el que me marché, y todo siguió su curso. El año en el que me di cuenta de que yo también era prescindible. En el que sentí celos, envidia, silencio, distancia, desubicación.

Cada trozo es una pieza de este 2015 al que reconozco tenía ganas de despedir.

El año que será recordado como aquel en el que un abrazo en una habitación de hospital fue el mejor regalo de Navidad de la historia.
Aquel en el que nos dijimos tantas veces "esto también pasará" que al final, pasó.

Y ahora toca coger una bocanada de aire nuevo y fresco, y recibir todo lo que está por venir. Por estadística, ha de ser mejor.

2016. Allá voy.

Año nuevo, vida nueva.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Lo invisible

Hay tantas tormentas,
unas tontas y torpes,
otras cargadas de razón y veneno.
Hay huracanes, ocultos,
bajo mi piel.
También está aquella lluvia
en la que aún
no he aprendido a nadar,
que empapa, más bien, ahoga.
Existe un deseo egoista de paz,
de descanso,
de dejar de escuchar
para que llegue la utópica quietud del silencio,
de pasar de ser salvavidas
a un simple trozo de madera en la marea,
a la deriva.
Y que nadie de mi dependa
para sostenerse en pie,
porque a veces no sé
si lo que piso
es tierra o gelatina.
Se me caducan las fuerzas
para tirar del carro,
tengo agotados los brazos e incluso la risa, esa que todos creen infinita.
Hay un tímido deseo de tener el valor de permitirme
embadunarme en la tristeza
sin miedo a enseñarla,
sin culpabilidad al masticarla,
sin prisa por matarla.
También hay celos
y una envidia embustera y sibilina,
que me susurran y me hacen sentir pequeña, a parte, aislada, prescindible.
Porque cuánto quisiera que me echen de menos también para las primaveras
y no solo en los inviernos.
Que no den por hecho,
que no me den por satisfecha
solo porque no se me gasta la sonrisa,
que el que siga hacia delante
no siempre es determinación,
en la mayoría de los casos es inercia.
Que cuando lloro es a escondidas,
que cuando me duele disimulo,
que  a veces me sabe a libertad callarme entre tanto ruido,
pero otras... el silencio me apuñala.
Que quiero que algunos ojos aprendan a descifrar mis llamadas de auxilio, esas que están en un idioma que ni yo misma conozco.
Todo esto es un grito con mordaza,
un apretar los dientes por no moder,
una rabieta en una habitación sola y a oscuras,
esto es lo invisible,
esto es lo que a nadie
dejo ver.

Si lo esencial es invisible a los ojos,
¿lo invisible es esencial al corazón?

domingo, 22 de noviembre de 2015

Transplante de alegría

Quisiera tener fe.
Aunque no la necesite.
Quisiera tener a quién dirigirme
para pedirle que todo vaya bien,
que creo yo que ya nos toca
una ración de buena suerte,
que lo solucione y nos regale tranquilidad por Navidad.
Que no nos hacía falta esto
para sentirnos unidos y fuertes,
que esa lección ya la teníamos aprendida de hace tiempo.
Que, joder, esto no es justo,
y aún así apenas nos hemos quejado.
Que, por favor, nos los devuelvan recargados de energía
pero con las almas intactas.

Pero cuando no hay fe, no hay Dios, y cuando no hay Dios no sabes a quién dirigirte.
A quién reprocharle,
a quién agradecerle.
Así que solo queda lanzar las palabras al viento,
repetirte tantas veces "esto también pasará"
hasta que se convierta en ley, admirar el coraje ajeno,
confiar en la sabiduría y la justicia del tiempo,
en la inmensa fuerza de la familia,
entrelazar las manos
y dar otro paso más.
El penúltimo.

Y atravesar las paredes que nos van a separar
con el embiste del cariño,
romper el aislamiento
con el calor de nuestro cuerpo,
empujar a los días con todos nuestros músculos
para que se sucedan lo más rápido posible
y os depositen de nuevo en vuestro hogar,
que es el nuestro.

Ellos trans-plantarán primero,
y nosotros, todos juntos,
regaremos después
con unas cuantas lágrimas
pero sobre todo con sudor y aliento,
regaremos
para que las raíces sean firmes,
para que nunca paren de crecer.

No tardéis en volver,
os estaremos esperando
con los brazos más cálidos y abiertos.