Puedo romper a llorar por la nimiedad más vana, y mantener una sequía en las pestañas ante las mayores catástrofes. En lo grave es cuando más fuerte hay que ser, huyo con paso ligero de los circos y las atenciones, me agobian las preguntas y el análisis ajeno de las penas. Mi escombros y despojos son míos, yo me los guiso y yo me los como.
Puedo desbordarme en un autobús abarrotado de gente desconocida, y mantener la sonrisa que esconda los arañazos más profundos ante aquellos que me conocen. Y solo notarán un tono ligeramente malhumorado, pero nunca la voz quebrada ni el nudo en la garganta.
Una muchacha me ofreció un pañuelo en el autobús, y lo acepté con una sonrisa en la cara. Pero no cojo la mano que me tienden hasta que no me es insistida veinte veces.
Cuando una canción me dolía la escuchaba mil ocasiones hasta quedar insensibilizada a ella. Y cuando tenía que ahogarme, me encerraba en la bañera con pestillo y cerrojo. Cambié de promesas y de piel en cada nuevo naufragio... Tabla de mi propia salvación.
De repente me estorba y me sobra todo el mundo, y al segundo me abrazo las rodillas y maldigo la soledad. Odio la lluvia porque me vuelve grises y mojados los pensamientos, y al mismo tiempo adoro bailar debajo del chaparrón, desarmada, sin paraguas y sin disfraz, bajo las nubes que lloran.
Mis ojos pueden ser los más azules y llenos de vida, y también los más rojos y borrachos de mar.
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