Tienes tanto por hacer:
limpiar la casa de sombras tristes
que no te dejan avanzar...
Yo no quiero hablar de tí, no quiero hablar de tí. Ni escribirle esto a un fantasma, que se me aparece en sueños cada semana y me hace despertar con el alma removida.
No quiero escribirte esto.
Ni nosotros somos tan villanos, ni tú tan víctima. Pero ni tú eres tan malvado, ni nosotros estamos tan exentos del culpa.
No sé si te me sigues apareciendo y doliendo por culpabilidad, por pena y misericordia, o por las estelas de risas e ilusión que se convirtieron en odio y rencor. Me acuerdo de cosas, como si fuera un sueño, como en mis sueños, y lo confundo y lo mezclo todo.
Recuerdo que fuiste la primera persona en escribirme un mensaje cada día, que ibas colocando seda a mi paso para que nada me arañara y que tú mismo acabaste rasgándolo todo.
El mayor acierto y el error más grande.
Me has traído tanta destrucción y creación. Tu muerte, mi vida. Y no puedo odiarte.
No quiero que me ames, pero no quiero que me odies.
No me gusta el papel protagonista que tienes en mis pesadillas. Ni las ocasiones en que cuando bajo mis párpados nos hablas con naturalidad y perdón, y cuando los abro tu sombra se ríe de mí: qué ilusa.
Eres la única espina que me queda en la conciencia, incrustada, llena de veneno.
Todos los que has besado,
todos los que has herido,
no te dejarán marchar...
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