A veces el problema es que la gente no sabe quererse bien. No sabe quererse libre, ni quererse enteros. Sin peros y sin condiciones, sin diques ni restricciones. Tal vez debería ser materia obligatoria: que nos enseñen a gestionar las emociones, hacer a nuestro corazón un erudito en la materia del querer. Para que no haya daños colaterales cada vez que nos embarquemos en un beso duradero. Para que no se extiendan las relaciones tóxicas.
En otras ocasiones el error se encuentra es intentarlo una y otra vez: forzar la maquinaria e ignorar el chirrío de las visagras a las que ya no les queda batería ni gasolineras en las que repostar.
A veces nos amamos demasiadas veces.
Intentamos mejorar nuestro querer, y lo que conseguimos es que a nuestros latidos les salgan agujetas, que nuestro sentir se vaya deformando y que, de últimas, poco quede de su silueta original.
También sucede que nos concentramos tanto en amar a la otra persona que nos olvidamos de lo demás. Puede ser un error amar por encima de todo: sobre todo, por encima de uno mismo. Y se deja de prestar atención a lo que uno era o a lo que se quería llegar a ser, y sólo importa amar, querer para ser querido, jugándote la casa, los sueños, las metas y la ilusión. Que te amen para poder quererte tú.
O puede que las cantidades no estén bien repartidas. Que no nos queramos con la misma intensidad, y que ese desequilibrio unte de culpa al que está abajo y de inseguridad al que está arriba. Uno intenta amar menos, y el otro trata de forzarse a llegar al umbral. Y entonces los días se convierten en una lucha en la que los dos pierden y terminan magullados.
Otras veces el fallo es amar a la persona equivocada. Tu puntería hierra, y lanzas la flecha al blanco más lejano, más inconveniente, más complicado, más imposible. El que más daño te puede hacer o el que más te puede destrozar con su indiferencia.
O amas demasiado intensamente. Lo das todo, juegas todas cada una de tus cartas en la primera mano, y cuando quieres volver a apostar no te quedan ases en la manga, y tus ganas están vacías. Se gasta el amor de tanto usarlo, y ya no queda dosis para seguir tirando.
Ni aún sabiendo todos los errores que puedes ejercer dejas de cometerlos. Algunos hasta los coleccionan, decoran su estantería con todos los trozos y las cicatrices tejidos en su corazón inexperto y salvaje.
Hay tantas formas de amar como formas de doler. Todas las puedes probar, y todas las puedes sanar.
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