Estremecerme.
Desayunar, almorzar, comer y/o cenar un poquito de electricidad en almíbar o a la sal.
Que me arropes con sorpresas, que provoques en mis músculos faciales la sonrisa de lo inesperado.
Una suave calma, pero intensa y agitada: un paseo en montaña rusa con el cinturón puesto. Sabiendo que no nos romperemos ninguna pierna, pero disfrutando de los altibajos, las sacudidas, los zarandeos y los zig-zag.
Que te escueza un poquito mi ausencia, que te hagan removerte del asiento los celos de vez en cuando.
Que me entregues trocitos de ilusión envueltos en papel de regalo una o dos veces al mes.
Intimidad y naturalidad, que no nos den vergüenza los lípidos de más, ni los chistes que no tienen gracia, ni los secretos enrojecedores del pasado, ni los gestos de mala educación.
Que cuando ría, el mundo entero te de igual.
Transparencia: que nunca te calles nada.
Valentía: que saltes por la ventana, que cojas un autobús, que luches contra todo.
Que te merezca la pena esperar, perder el aliento, romper la coraza, quedarte desnudo y que te vea por dentro.
Combatir a capa y espada la rutina, que cada día sea de un color, y cada beso de un sabor distinto.
Miradas directas a los ojos, caricias sin motivo, bocados en sitios recónditos, abrazos donde inundarme.
Ilusión constante, apostar el cada instante el corazón. Coger el primer avión que salga, a donde sea.
Aventuras salvajes e intrépidas, hacer de cada bache un desafío.
Que aprendas a enamorarte de mis conflictivas contradicciones y mis idiosincrásicas imperfecciones.
Respeto por mi pasado, disfrute del presente, ilusión por nuestro futuro.
Que me hagas sentir libre en la jaula de tus brazos.
Dormir enredados, sin que me des la espalda. Despertar con la sensación de que hoy va a ser un
gran día.
Sólo quiero eso, no voy a pedirte más.
Sólo te pido eso, que es exactamente lo que día a día te voy a dar.
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