miércoles, 23 de enero de 2013

Oda al poeta de la capa roja


Paseabas por las calles siempre con tu traje y tu elegancia recién planchadas. La barba perfectamente recortada y tu porte erguido y firme. Tus ojos hundidos (como los de mamá) y tu estilosa delgadez. Yo me quiero quedar con esa imagen, la que tengo guardada entre algodones en un rinconcito de la memoria. Me quiero olvidar de el olor frío y artificial del hospital, de ese cuerpo que no era el tuyo. Por suerte, no hubo ni consciencia ni espejos en los que mirarte así.

Me siento orgullosa del abuelo atípico que eras. Sé que no te gustaban mis ropas desastradas y raídas. No heredé de tí la coquetería, aunque quizá sí la pasión por la escritura. La prima (más que prima, tu sexta hija) me dijo que te contó lo del premio literario cuando dormías, cómo me hubiera gustado poder ver tu reacción, y que te sintieras orgulloso de mí.

Nos habéis dejado los pilares más fuertes donde apoyarnos: la familia más resiliente y unida que pueda llegar a existir. Ellas.

Gracias, porque vuestros errores y vuestros muchos aciertos son los que han creado este entramado de vínculos irrompibles.

Podéis estar satisfechos. Todo ha merecido la pena.

Hace un mes que te fuiste, y hay un trozo de tí en un puñado de corazones.
Hoy laten todos al unísono, sentando las bases de un ritmo a partir del cual puedas escribir un nuevo poema.


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