Quiero echar horas extras
como guardiana de tus 192 lunares,
contarlos y recontarlos,
no vaya a ser que nazca uno nuevo
o se esfume uno de los veteranos.
Nadie mejor que tú
siendo la brújula de mis miradas perdidas en el vacío,
el guía de mis sonrisas
cuando juegan al escondite.
Voy a guardar la llave mágica que sólo yo tengo
para calmar tus furias esporádicas
y tus divertidos agobios.
Y la deliciosa rutina de contar los días para verte,
y de echarte de menos con taquicardias
y también con respiraciones sosegadas.
El imaginar mil vidas posibles distintas,
pero todas contigo.
Un futuro en el que los kilómetros
no sean nuestros enemigos,
en el que menos de tres canciones
separen tu cama de la mía.
Tu barba como el bosque
donde se refugian mis mordiscos traviesos,
tus pestañas como un abanico,
como las cuerdas de la única guitarra
que sé tocar con mis húmedas manos.
Tu risa va a estallar en mil disparos a mi pecho,
y el mundo entero me va a dar igual.
El universo debe estar loco
o ciego,
o las dos cosas,
o yo no entiendo
cómo los demás no se quedan embobados
como yo lo hago,
mirándote por fuera,
mirándote por dentro.
¿O es que tus misterios son tan difíciles de descifrar
y el tesoro que guardas está tan bien escondido?
Soy la forajida que encontró por puro y maravilloso azar
el mapa que guiaba al corazón de tus latidos.
El premio es haber visto la luz que se esconde
detrás de los fugaces destalles que dejas ver
a los ojos atentos,
a mis pupilas curiosas.
Y es por ti que odio los domingos,
siempre tintados de despedida,
y que adoro los autobuses con destino tus brazos,
y que se han suavizado mis excesos,
y que se han desinflado mis demonios
y algunos de mis defectos.
La nostalgia es una caricia
cada vez que me cruzo con un coche naranja,
o me llega olor a jazmín.
Y voy a inventarme mil tipos diferentes de maullidos
para que nadie nos entienda,
y que sólo tú y yo comprendamos
esta lengua extranjera a base de miradas,
tus dedos causales (que no casuales)
recorriendo la tela de mis sentidos.
Las noches como suspiros
y los suspiros como derroches.
Y no puedes evitar ser así de inmejorable.
Reventando las dudas con tu mera presencia,
con tu manera de luchar silenciosa y sin armas.
Eres el antídoto de todos los insomnios.
Y mira que no puedes protegerme
de todas las tristezas que acechan,
pero sí que impides que cualquier lágrima que se atreva a asomarse
no recorra más de media mejilla de distancia.
Sin prometemos siempres ni jamases,
no hay nada que sienta más eterno que esto.
En mi palacio de la memoria
te voy exhibiendo como a un trofeo,
chinchando a los recuerdos negros y embarrados,
recordándoles lo enterrados que están.
Porque existía otra forma de querer,
existe un yo que no se desparrama
al menos una vez por semana.
Existen formas no tóxicas de amarse.
Es posible un diccionario sin rencores ni reproches.
Que no me llegan las quejas a la boca cuando te pienso,
que no me se me gastan las palabras si te tengo.
Te quiero de entrante, de principal y de postre;
te quiero en las sábanas frías
y en las olas de sudor.
En esta competición yo gano, tú ganas: ganamos los dos.
Y no es que contigo haya empezado a ser yo.
Es que nunca he sido tan feliz siendo yo
como contigo.
como guardiana de tus 192 lunares,
contarlos y recontarlos,
no vaya a ser que nazca uno nuevo
o se esfume uno de los veteranos.
Nadie mejor que tú
siendo la brújula de mis miradas perdidas en el vacío,
el guía de mis sonrisas
cuando juegan al escondite.
Voy a guardar la llave mágica que sólo yo tengo
para calmar tus furias esporádicas
y tus divertidos agobios.
Y la deliciosa rutina de contar los días para verte,
y de echarte de menos con taquicardias
y también con respiraciones sosegadas.
El imaginar mil vidas posibles distintas,
pero todas contigo.
Un futuro en el que los kilómetros
no sean nuestros enemigos,
en el que menos de tres canciones
separen tu cama de la mía.
Tu barba como el bosque
donde se refugian mis mordiscos traviesos,
tus pestañas como un abanico,
como las cuerdas de la única guitarra
que sé tocar con mis húmedas manos.
Tu risa va a estallar en mil disparos a mi pecho,
y el mundo entero me va a dar igual.
El universo debe estar loco
o ciego,
o las dos cosas,
o yo no entiendo
cómo los demás no se quedan embobados
como yo lo hago,
mirándote por fuera,
mirándote por dentro.
¿O es que tus misterios son tan difíciles de descifrar
y el tesoro que guardas está tan bien escondido?
Soy la forajida que encontró por puro y maravilloso azar
el mapa que guiaba al corazón de tus latidos.
El premio es haber visto la luz que se esconde
detrás de los fugaces destalles que dejas ver
a los ojos atentos,
a mis pupilas curiosas.
Y es por ti que odio los domingos,
siempre tintados de despedida,
y que adoro los autobuses con destino tus brazos,
y que se han suavizado mis excesos,
y que se han desinflado mis demonios
y algunos de mis defectos.
La nostalgia es una caricia
cada vez que me cruzo con un coche naranja,
o me llega olor a jazmín.
Y voy a inventarme mil tipos diferentes de maullidos
para que nadie nos entienda,
y que sólo tú y yo comprendamos
esta lengua extranjera a base de miradas,
tus dedos causales (que no casuales)
recorriendo la tela de mis sentidos.
Las noches como suspiros
y los suspiros como derroches.
Y no puedes evitar ser así de inmejorable.
Reventando las dudas con tu mera presencia,
con tu manera de luchar silenciosa y sin armas.
Eres el antídoto de todos los insomnios.
Y mira que no puedes protegerme
de todas las tristezas que acechan,
pero sí que impides que cualquier lágrima que se atreva a asomarse
no recorra más de media mejilla de distancia.
Sin prometemos siempres ni jamases,
no hay nada que sienta más eterno que esto.
En mi palacio de la memoria
te voy exhibiendo como a un trofeo,
chinchando a los recuerdos negros y embarrados,
recordándoles lo enterrados que están.
Porque existía otra forma de querer,
existe un yo que no se desparrama
al menos una vez por semana.
Existen formas no tóxicas de amarse.
Es posible un diccionario sin rencores ni reproches.
Que no me llegan las quejas a la boca cuando te pienso,
que no me se me gastan las palabras si te tengo.
Te quiero de entrante, de principal y de postre;
te quiero en las sábanas frías
y en las olas de sudor.
En esta competición yo gano, tú ganas: ganamos los dos.
Y no es que contigo haya empezado a ser yo.
Es que nunca he sido tan feliz siendo yo
como contigo.
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