Pelearse con la almohada,
removerse de culpabilidad,
masturbarse con rabia
y también con despecho,
beber para olvidar
y beber para recordar,
contar los demonios del techo,
llorar a escondidas,
lamentar lo que se evapora,
arrepentirse del ruido,
arrepentirse del silencio,
acicalar el orgullo,
aplastar la dignidad,
masticar la indigesta derrota,
mirarnos al espejo
con decepción y con miedo,
vomitar pena y asco,
revolcarse en el fango
hasta quedar bien empapado,
rememorar lo fallido,
releer el pasado
hasta que arañe,
rebuscar en los errores,
pensar en la muerte
y en sus posibles corredores,
saborear la injusticia,
palpitar el nerviosismo,
sudar hasta inundar,
derramar hasta secarse,
apretar los puños,
sentir un nudo en la garganta,
regar las dudas,
hacer temblar las decisiones.
Instantes negros que todos hemos respirado,
por los que sabemos que todo el mundo pasa,
y, sin embargo..
¡qué terriblemente solos y únicos nos sentimos cuando los vivimos!
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