A ver,
cómo te cuento,
cómo te explico,
que no duermo igual de bien,
que me despierto con dolor de espalda
(por no decir de corazón),
que me aburren las sábanas
que solían apasionarme,
que me siento torpe
y desnudarse no tiene sentido,
que hasta lo más inconexo y lejano
me conduce a ti,
que mis palabras y mis secretos
no saben a donde ir
sino es de mi boca a tu regazo,
que se me están oxidando los besos
y congelando las caricias,
que me tengo que buscar las mañas
para que el corazón no se me detenga,
que ahora la rutina es eso: rutina
cuando solía ser la aventura de tenerte
respirando fuerte a mi lado,
que mis ojos tienen mono
y mis manos se me antojan
ortopédicas,
desubicadas,
histéricas,
que nadie me toca el pelo
y yo creo que por eso me duele la cabeza,
que esta casa parece un hotel,
que esta cama es enorme,
que no sé donde encajar ninguna de mis esquinas,
que me faltan tus dedos apretándome al cruzar la calle,
los maullidos,
las risas a deshora,
y tus pestañas abanicándome
en este verano tan pegajoso.
A ver,
cómo te digo,
que no eres la razón,
pero sí un motivo
tan hermoso como poderoso
para darle a mis carcajadas
y a las alas de mi espalda
rienda suelta,
que en el momento en el que encajamos nuestro día a día
esta mezcla de pieles y alma
se hizo homogénea,
y eso es muy difícil de separar,
que aunque antes la distancia
era algo que lográbamos llevar,
ahora no la quiero ni en pintura,
no la aguanto,
que aunque sepa que tu ausencia
tiene fecha de caducidad,
no por eso me da tregua en sus arañazos.
A ver,
cómo te hago entender,
que te añoro con fuerza,
y que me encanta
que se me trastoquen los sentidos
por estar apenas unos días sin ti,
que aunque maldiga a los kilómetros,
adoro sentir
que nunca olvidaré
eso de echarte de menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario