El 12 es un 21 invertido.
A veces le doy exagerada importancia a las casualidades, a los números, a las cifras y a los detalles minúsculos que parecen cargados de significado. Una fecha o una palabra pueden llenarse de significado si uno se lo otorga. En sí, solos, no son nada, sólo una forma o un símbolo.
Hace 12 meses, le dí mucha importancia al número 21. Pensaba que iba a ser nuestro año, porque el 21 era nuestro cifra, esa a la que le concedí relevancia tiempo atrás, porque algo especial sucedió en ella, y tendemos a pensar que los acontecimientos se repiten eternamente, y que lo que una vez tuvo un significado, debe seguir teniéndolo, solo por el hecho de estar grabado en nuestra memoria, almacenado en los recovecos de nuestro recuerdo. Un simple número de dos cifras, ése, ése es singular y no otro.
Llegaron los 21, y sí, fue nuestro año, pero en un sentido completamente distinto a como hubieran querido nuestras aún esperanzadas pieles, cansadas de tanto arañarse la una a la otra, hartas de llantos, peleas y arrebatadas reconciliaciones llenas de ternura y pasión, pero también de rencor e incomprensión. Ha sido el año en que hemos conseguido desprendernos y desengancharnos el uno del otro.
Solemos recordar con especial fuerza cuando comienza algo importante, y descuidamos el detalle que acompaña al fin, como si quisiéramos olvidarlo, como si fuera menos importante el final que el principio. Pero es el final el que conduce al inicio, al comienzo de algo nuevo y no por ello menos destacable.
Los 21 empezaron con un fuerte insight, un poderoso y resignado “no puede ser”, tal día como hoy, solo que 12 meses atrás. La distancia de un año puede cambiarlo completamente todo.
Después de aquello, fui más muchacha salvaje que nunca, contigo pero también sin tí, y tus ojos siguieron siendo unos ojos de agua donde perderme y acurrucarme, donde encontrarnos cuando la añoranza podía con la determinación. Recaídas y más recaídas, y luego la decepción y la distancia, y más tarde el perdón, y el reencuentro, pero no untado en sudor, corazón y saliva como los de antes, si no empapado en cambios que nos hacían dar un paso más adelante, y otro más, y otro, en direcciones opuestas.
Y sé que al final podremos olvidar y ser libres, y también sé que nunca te olvidaré. Podré seguir con esa contradicción, podré seguir mientras sepa que aún tus ojos son de agua, y que aún me quieren mirar de vez en cuando. He aprendido a ser yo, sin ti, conmigo, y ya no seré más muchacha salvaje, pero sí reina, reina de ese espacio lleno de recuerdos que creamos hace ya muchas noches, reina de esas ruinas que quedan, pedazos y trozos que han desembocado en esto, en estos dos doses que se acercan, que anuncia el irrevocable fin del 21. Continuaré viajando a ese lugar de vez en cuando con una sonrisa en las pestañas, y una sana melancolía en la boca; seguiré luchando porque no seamos dos extraños, aunque ya no haya un nosotros, seguirá existiendo un tú y yo, un yo, sin tí, conmigo.
Y llego a estos 22 sola, cuando sola quiere decir sin que estés a mi lado, llego con la fuerza que he logrado tras trescientos tropezones y cientos de cicatrices que curaste y después abriste, y curaste, y abriste, curaste, y abriste... Salgo de círculo y de la espiral.
Ahora voy en línea recta.
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