Me arrepiento de haberte llamado,
de haber insistido,
de haberte regalado palabras
que no esperabas
aunque necesitaras,
que no merecías
aunque te hacían falta.
Lamento haber creído
que si das
tarde o temprano recibirás,
que si domesticaba a mi impaciencia
y te esperaba
obtendría alguna recompensa.
Siento no haber sabido callar.
Porque a veces lo más valiente
es el silencio,
y cuando se trata de no hablar,
a cobardía no hay quien me gane.
Me arrepiento de haber regado mis esperanzas,
cuando el agua que me dabas
estaba llena de cucarachas,
de no haber escuchado las advertencias
y de haberlas oído
y aún así haber continuado.
Me lamento por mi orgullo esquivo,
por mi dignidad borracha,
y mis manos inquietas.
Por llenarme los dientes de buenos consejos
y regalarlos a mi alrededor
y no quedarme con ninguno.
Por entender lo que mis ojos querían leer,
cuando el mensaje no podía ser más claro.
Siento haberte despertado
cuando la tristeza venía a visitarme
teniendo tantas mantas para taparme
y sabiendo que en ti solo encontraría frío.
Pero de lo que más me arrepiento es de que,
en realidad,
de nada me arrepiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario