miércoles, 5 de octubre de 2011

Insight

Tu abrazo y el mío no encajaban,
por eso dormíamos en la misma cama pero espalda contra espalda.
Tú, mirando a la pared, enjaulado entre ella y mi cuerpo,
yo, al borde del precipicio del colchón,
rozando tu piel pero sin llegar a adherirme.
Y tú escapabas de esa isla, excusado por dolor de columna y vértebras,
y yo maldecía tus huesos incapaces de soportar una noche conmigo,
tus articulaciones a las que no le merecía la pena
el calor del lecho compartido.

Yo odio esperar y tú siempre llegabas tarde.
Los mintutos pasaban y yo enfurecía a cada segundo,
un poco más,
reencuentros lleno de reproches y excusas
en vez de abrazos cálidos.

Tú tenías tortículis de mirar hacia atrás
y yo quería solo prestarle atención al futuro,
compensar los errores y demostrar.
Tú no conseguías olvidar, ni comprender, ni perdonar.
Y yo, en consecuencia, tampoco pude.

Te escribí un cuento que hablaba de nostros
y un poema de tus ojos de agua.
Tú, me regalaste una canción,
que no era tuya,
y que no hablaba ni de tí ni de mí.

No te gustaba que te tocaran el pelo,
y yo adoraba sumergir mis manos
en las profundidades de tus rizos espesos.

Porque no se trata de la boca frondosa y la sonrisa imaginada,
ni la curva de los hombros más perfecta.
No se hace a un alma completa inundándola con unos ojos de agua,
que sólo calman la sed a corto plazo, y después, se evaporan.

Tus labios encajaban en los míos,
y tu saliva endulzaba mis quejidos,
pero tu abrazo no se almodaba a mi abrazo.

1 comentario:

  1. me encanta, sobre todo: "al borde del precipicio del colchon" y "tu saliva endulzaba mis quejidos"

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