martes, 28 de abril de 2015

Me arrepiento

Me arrepiento de haberte llamado,
de haber insistido,
de haberte regalado palabras
que no esperabas
aunque necesitaras,
que no merecías
aunque te hacían falta.
Lamento haber creído
que si das
tarde o temprano recibirás,
que si domesticaba a mi impaciencia
y te esperaba
obtendría alguna recompensa.

Siento no haber sabido callar.
Porque a veces lo más valiente
es el silencio,
y cuando se trata de no hablar,
a cobardía no hay quien me gane.

Me arrepiento de haber regado mis esperanzas,
cuando el agua que me dabas
estaba llena de cucarachas,
de no haber escuchado las advertencias
y de haberlas oído
y aún así haber continuado.

Me lamento por mi orgullo esquivo,
por mi dignidad borracha,
y mis manos inquietas.
Por llenarme los dientes de buenos consejos
y regalarlos a mi alrededor
y no quedarme con ninguno.
Por entender lo que mis ojos querían leer,
cuando el mensaje no podía ser más claro.

Siento haberte despertado
cuando la tristeza venía a visitarme
teniendo tantas mantas para taparme
y sabiendo que en ti solo encontraría frío.

Pero de lo que más me arrepiento es de que,
en realidad,
de nada me arrepiento.

martes, 14 de abril de 2015

En la distancia comprendí
que me hice necesaria
por lo que doy,
no por lo que soy.

Y cuando no estás,
no puedes dar,
aunque sí puedes ser:
pero a nadie le importa.

Ahora le tengo pánico al silencio
porque significa lejanía,
oscuridad,
rutina,
miedo,
dejadez.
Y soledad.

Sueño más que nunca.
Como para compensar
esta vida tan tranquila,
tan ex-caótica,
tan sosegadamente plena.
Y vivo mil vidas distintas
que se desvanecen
al abrir los párpados.
Y viene el pasado a verme,
y se olvida de herirme,
ya hace tiempo que ni eso
me hace tambalear.

Respiro a través
de las palpitaciones de otros,
me ayudo ayudando,
me entretengo con la intensidad
de las vidas ajenas,
soy ahora una espectadora
que se cansó de sus dramas
y escogió la butaca
para sentarse,
ver,
y descansar.

A veces vuelven ráfagas
de las antiguas tempestades,
y pataleo sin motivo,
y me ahogo en un charco,
pero escucho un leve gemido de auxilio
y se me olvida.

En la distancia comprendí
que yo necesitaba más de lo que creía,
y que era menos necesaria de lo que me imaginaba.