miércoles, 11 de diciembre de 2013

El fracaso anunciado de los escritores felices

La tristeza y la falta de tiempo son las mejores musas.
La felicidad es aburrida y nadie quiere leerla, no durante mucho rato.
La gente quiere identificarse con tu mierda, sentirse menos miserable al lamentarse por sus heridas mundanas: el desamor, la soledad, la pérdida.
Por eso la alegría no vende.
Aunque tenga millones de formas de describir la plenitud que me revienta las entrañas, a los ojos de los lectores moribundos sólo soy una cursi tediosa que no sabe expresar lo que la mayoría siente.

Cuando estoy contenta no necesito la calma que proporciona el folio en blanco. No hay nada que desahogar, ninguna pena que exagerar hasta los más alejados límites de la autocompasión y el drama.
Las súplicas y las maldiciones impulsan más las manos que los agradecimientos y los cantos optimistas. Cuando ya tienes la sonrisa grapada a la cara, no necesitas frases que te den fuerza, ni gritos al aire de rabia.
Por eso escribo menos desde que te amo.

Y es que cuando tienes ganas de comerte el mundo, no te apetece encerrarte en cuatro paredes atado a un bolígrafo para contar lo maravilloso que es.
Hay cosas que no se pueden explicar ni usando todas las palabras del mundo.
Hay cosas que no se deben definir ni describir.
Hay que saborearlas.


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