domingo, 22 de noviembre de 2015

Transplante de alegría

Quisiera tener fe.
Aunque no la necesite.
Quisiera tener a quién dirigirme
para pedirle que todo vaya bien,
que creo yo que ya nos toca
una ración de buena suerte,
que lo solucione y nos regale tranquilidad por Navidad.
Que no nos hacía falta esto
para sentirnos unidos y fuertes,
que esa lección ya la teníamos aprendida de hace tiempo.
Que, joder, esto no es justo,
y aún así apenas nos hemos quejado.
Que, por favor, nos los devuelvan recargados de energía
pero con las almas intactas.

Pero cuando no hay fe, no hay Dios, y cuando no hay Dios no sabes a quién dirigirte.
A quién reprocharle,
a quién agradecerle.
Así que solo queda lanzar las palabras al viento,
repetirte tantas veces "esto también pasará"
hasta que se convierta en ley, admirar el coraje ajeno,
confiar en la sabiduría y la justicia del tiempo,
en la inmensa fuerza de la familia,
entrelazar las manos
y dar otro paso más.
El penúltimo.

Y atravesar las paredes que nos van a separar
con el embiste del cariño,
romper el aislamiento
con el calor de nuestro cuerpo,
empujar a los días con todos nuestros músculos
para que se sucedan lo más rápido posible
y os depositen de nuevo en vuestro hogar,
que es el nuestro.

Ellos trans-plantarán primero,
y nosotros, todos juntos,
regaremos después
con unas cuantas lágrimas
pero sobre todo con sudor y aliento,
regaremos
para que las raíces sean firmes,
para que nunca paren de crecer.

No tardéis en volver,
os estaremos esperando
con los brazos más cálidos y abiertos.

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