domingo, 6 de diciembre de 2015

Lo invisible

Hay tantas tormentas,
unas tontas y torpes,
otras cargadas de razón y veneno.
Hay huracanes, ocultos,
bajo mi piel.
También está aquella lluvia
en la que aún
no he aprendido a nadar,
que empapa, más bien, ahoga.
Existe un deseo egoista de paz,
de descanso,
de dejar de escuchar
para que llegue la utópica quietud del silencio,
de pasar de ser salvavidas
a un simple trozo de madera en la marea,
a la deriva.
Y que nadie de mi dependa
para sostenerse en pie,
porque a veces no sé
si lo que piso
es tierra o gelatina.
Se me caducan las fuerzas
para tirar del carro,
tengo agotados los brazos e incluso la risa, esa que todos creen infinita.
Hay un tímido deseo de tener el valor de permitirme
embadunarme en la tristeza
sin miedo a enseñarla,
sin culpabilidad al masticarla,
sin prisa por matarla.
También hay celos
y una envidia embustera y sibilina,
que me susurran y me hacen sentir pequeña, a parte, aislada, prescindible.
Porque cuánto quisiera que me echen de menos también para las primaveras
y no solo en los inviernos.
Que no den por hecho,
que no me den por satisfecha
solo porque no se me gasta la sonrisa,
que el que siga hacia delante
no siempre es determinación,
en la mayoría de los casos es inercia.
Que cuando lloro es a escondidas,
que cuando me duele disimulo,
que  a veces me sabe a libertad callarme entre tanto ruido,
pero otras... el silencio me apuñala.
Que quiero que algunos ojos aprendan a descifrar mis llamadas de auxilio, esas que están en un idioma que ni yo misma conozco.
Todo esto es un grito con mordaza,
un apretar los dientes por no moder,
una rabieta en una habitación sola y a oscuras,
esto es lo invisible,
esto es lo que a nadie
dejo ver.

Si lo esencial es invisible a los ojos,
¿lo invisible es esencial al corazón?

No hay comentarios:

Publicar un comentario